miércoles, 4 de marzo de 2015

Cuarto y mitad

La inesperada noticia de que los pollos tienen una representación mental de los números, y que consiste en una línea que crece de izquierda a derecha como el eje de las abscisas que estudiamos en el colegio, se presta como pocas a la chanza y la cuchufleta: dos alitas y pico, cuartos traseros, álgebra en la pollería, contando plumas, cuarto y mitad, para qué seguir. Fíjense, sin embargo, en que el descubrimiento posee una profundidad que no es fácil encontrar en las páginas de información política. Ay, amigos, ¿no eran las matemáticas uno de los logros más hondos de la razón humana, su distintivo más bruñido, el pasaporte que nos diferenciaría de las bestias en el día del juicio? ¿Es que vamos a dejar que los pollos nos arrebaten esa bienaventuranza? ¿Qué vendrá después? ¿El lenguaje, la caligrafía china, la fonética inglesa? ¡Basta!
Y sin embargo esta noticia tiene más de un siglo y medio de antigüedad: la anunció Darwin con su teoría de la evolución, que predecía que las cualidades humanas que tanto enorgullecían a nuestros filósofos y teólogos no eran sino meras desviaciones cuantitativas de la mente de un mono, productos provisionales de una leve pendiente que empezó a ascender en la noche de los tiempos, y de la que ni siquiera tenemos la constancia de ser el destino final. Que ahora estemos hablando de pollos y no de monos puede resultar particularmente humillante, pero en realidad no altera el fondo del argumento. Somos biología, y en geología nos convertiremos.
No acabamos de aprender la lección. Algunos pioneros del pensamiento moderno, como el lingüista Noam Chomsky, el evolucionista Stephen Jay Gould y el filósofo John Searle han vuelto a caer en el error de considerar la mente humana como un salto cualitativo que nos separa del resto de la creación, en un intento desesperado de situarnos de nuevo en la cúspide de un sistema que tal vez ya no fuera divino, pero que seguía pareciendo milagroso, como si la biología tuviera que haber hecho una cosa realmente rara para producirnos. De nuevo el mismo error contra el que ya tuvo que luchar Copérnico. Darwin supo pensar mejor que todos estos pensadores de la modernidad. No le den más vueltas: somos un producto más de la evolución. Es la lección que nos acaba de dar un pollo.



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